Hoy rindo un
final. Estuve preparando como un mes y medio la materia esta, mal no me puede ir, más si yo siempre estudio para sacarme de un 8 para arriba, me sé toda la materia. Encima el año pasado ya rendí otro final con este profesor y me saqué un 8, ya lo conozco, es piola, sé cómo toma los finales. Es más sencillo porque lo que hace es darte a elegir dos números donde cada uno contiene una unidad de la materia, vos elegís uno de esos dos temas para desarrollar en una hoja y después le explicás oralmente; capáz después te pregunta sobre la unidad que no elegiste. Lo único es que este profesor es muy raro. Mientras estás exponiendo no dice nada, ni un gesto, ni una mueca, cara de pocker; eso te hace poner un poco nervioso. No sabés si lo que estás diciendo está bien, si te las estás re mandando, si seguir o si parar un poco de hablar. Pero bueno, ya lo sufrí una vez y me fue bien.
El día ya arrancó bien, me levanté de buen humor (que es raro en mí). Algo me decía que iba a ser un día especial. Día soleado, gente en las calles paseando a sus perros, las palomas volando, un paisaje hermoso; nada malo podía pasar ese día.
Se hizo la hora de ir a la facultad a rendir. Llego, y el bedel me dice que el profesor todavía no había llegado, “Bueno, lo espero” –respondí con la mejor buena onda del mundo y una sonrisa en la cara-. A los diez minutos llega el profesor. Es de estatura baja, pelo lacio con raya al costado, anteojos culo de botella y bigotes. Seguidamente nos instalamos en el aula donde le iba a demostrar todos mis conocimientos de la materia. Por suerte rendía yo solo.
Como conté anteriormente, me hizo elegir dos números de los cuales elegí uno y me puse a desarrollar. Debo haber escrito una hoja, más o menos. Se para al lado mío para que le empiece a comentar lo que había escrito. Empecé bárbaro, pero algo pasó. Ahí estaba de nuevo, esa cara de hielo, pude verlo. Mientras explicaba mirando fijo la hoja, no pude evitar levantar las cejas y mirar de reojo su cara. Esa cara inanimada, sin sentimientos, sin expresión. Un escalofrío me recorrió la espalda y me empecé a poner nervioso, como si estuviera rindiendo un exámen para entrar a la
NASA. De golpe se me había olvidado todo lo que había estudiado, empecé a pifiar preguntas fáciles. En una de ellas me debo haber quedado pensando diez minutos una respuesta que me hiciera zafarla, y el hombre de hielo esperando una respuesta que nunca iba a llegar. Me empezó a pasear por todas lados. Se me fué la cabeza a cualquier lado, pensaba en el terrible dos que me iba a poner en la libreta. Me agarró un calor en el cuerpo, como si me hubiese tomado un litro de tequila. Todo lo lindo que había visto al principio del día (el sol, la gente paseando al perro, las palomas volando) se habían transformado en luna, cocodrilos en un pantano y murciélagos. Era como si el desgraciado hubiese estado atrás mío mientras estudiaba y hubiese anotado las preguntas más boludas que no me sabía para hacérmelas en ese momento. Ya me quería ir a la mierda. Pero todavía no terminaba, faltaba que me pregunte sobre la unidad que no elegí. Creo que esa fue mi salvación. Me pude redimir un poco de las boludeces que le respondí (o no) antes. Se me paró el corazón cuando dijo: “Bueno, lo dejamos ahí”; “Cagué, me la puso” -pensé-. Entonces agarró mi libreta y empezó a escribir la nota mientras decía: “Por ahí la nota no refleja lo que en verdad estudiaste”; “Sip, definitivamente me la puso” -dije hacia mis adentros totalmente resignado y preparando el retorno a mi casa con la L de loser en la frente-, y agregó: “Estás aprobado, lástima la nota… Un 6”. En ese momento me volvió el alma al cuerpo y me sentí el desgraciado con más suerte en el mundo; yo me hubiese re bochado. Me cagó el promedio, es una nota chota; en definitiva aprobé, pero que la pasé mal, la pasé mal.
Fué un día especial como lo había pensado.